EL AGUIJÓN
CARLOS ANDRÉS PÉREZ: EL ESPEJO TRÁGICO DE LA
DEMOCRACIA.
Por: Arturo Molina.
En vísperas de su natalicio, el 27 de octubre, la
figura de Carlos Andrés Pérez (CAP) no es solo un recuerdo histórico; se erige
como el espejo trágico e ineludible de las promesas incumplidas y los errores
fatales de la democracia venezolana. Abordar a CAP con seriedad y visión
constructiva exige trascender la confrontación estéril y reconocer la magnitud
de un liderazgo que fue, al mismo tiempo, pilar de la República y dinamita del
sistema.
La trayectoria de CAP, que incluye su rol como
ministro de Relaciones Interiores en el turbulento alumbramiento de la
democracia, revela una dedicación inquebrantable a la primacía civil y al
sistema de libertades. Fue un líder continental que, como pocos, se atrevió a
enfrentar dictaduras, promoviendo activamente la libertad en América Latina.
Esta firme coherencia democrática le granjeó la profunda animadversión de
sectores que aspiraban a imponer sus caprichos autoritarios. Como bien destacó
Simón Alberto Consalvi sobre su política exterior: “esta fue una de sus áreas
más fructíferas, creando una imagen de Venezuela que era muy halagadora."
El análisis debe sopesar sus acciones en el contexto
heredado. La crisis económica de los años ochenta no fue de su autoría, sino la
factura histórica del modelo rentista que toda la clase política anterior había
tolerado. Sin embargo, en su primer mandato (1974-1979), CAP llevó ese modelo
al límite: la nacionalización del petróleo (1976) y la creación de Fundayacucho
fueron actos de soberanía y visión social, pero la bonanza petrolera alimentó
la peligrosa ilusión de una renta inagotable, consolidando el populismo.
El drama social y político se intensifica en su
segundo mandato (1989-1993). Ante la bancarrota, CAP asumió con audacia la
impopular tarea de aplicar el "Gran Viraje", un ajuste estructural
necesario que, sin embargo, fue percibido como una traición. Paradójicamente,
su mayor legado institucional en ese período fue la elección directa de
gobernadores y alcaldes, un avance genuino hacia la madurez democrática. No
obstante, la aplicación abrupta de las medidas económicas detonó el
"Caracazo" (1989), cuya represión constituye una mancha moral que la
historia no puede borrar.
La culminación de este proceso fue su destitución por
juicio político en 1993, bajo cargos de malversación de fondos. Un evento de
motivación claramente política que se convirtió en el acto más corrosivo del
período: una venganza sectaria de las élites que, al decapitar al líder,
deslegitimaron el sistema. Como advirtió el jurista Arteaga Sánchez: "el
Presidente Constitucional de la República ha sido juzgado y condenado por un
órgano del Poder Público al que no le compete, en absoluto, tal función."
La mezquindad de sus adversarios abrió un vacío fatal.
El legado más crucial de Pérez reside en la lucidez de
su profecía sobre el porvenir. Comprendió que sus detractores, al desmantelar
su gobierno, abrían la puerta a la liquidación del sistema de libertades. Con
dolorosa premonición, clamó en su último discurso: "Quiera Dios que
quienes han creado este conflicto absurdo no tengan motivos para
arrepentirse."
Por ello, Carlos Andrés Pérez es, en última instancia,
el reflejo de una nación que, al negarse a asumir la responsabilidad colectiva
del modelo rentista y sucumbir a la polarización, entregó su soberanía al
caudillismo del siglo XXI.
Arturo
Molina
@jarturomolina1
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