DE MESIAS A MONSTRUOS: LA FALLA ÉTICA DEL LIDERAZGO

 

EL AGUIJÓN

DE MESIAS A MONSTRUOS: LA FALLA ÉTICA DEL LIDERAZGO.

Por: Arturo Molina.

Suele decirse en los pasillos de la historia venezolana que, a veces, el remedio resulta peor que la enfermedad. Esta sentencia popular resuena hoy con una amargura particular al analizar la deriva de una nación que, en su afán por castigar los errores del pasado, terminó dinamitando sus propios cimientos. Venezuela no llegó a este abismo por accidente meteorológico; es el resultado de un suicidio de las élites y de una desconexión crónica entre el liderazgo y la realidad de la gente. Como advertía el intelectual Arturo Uslar Pietri años antes de la debacle: "Si no somos capaces de rectificar, nos van a venir días terribles". Y llegaron.


El análisis de la tragedia debe comenzar por el pecado original de los años 90. En un acto de miopía política sin precedentes, amplios sectores de la élite económica y mediática decidieron jugar a la ruleta rusa con la República. Vendieron la narrativa de que la democracia representativa —la llamada "cuarta república"— era el enemigo absoluto a batir. Medios de comunicación y telenovelas icónicas como Por Estas Calles sirvieron de banda sonora para la antipolítica, convenciendo al ciudadano de que cualquier cosa era mejor que lo existente. En ese tablero, figuras del Tribunal Supremo de Justicia y líderes partidistas conspiraron para defenestrar a Carlos Andrés Pérez, bajo la falsa premisa de una cruzada moral, solo para terminar alfombrando la entrada a un autoritarismo militarista. El indulto a los golpistas, visto entonces como una jugada de pacificación, fue en realidad la firma del acta de defunción del sistema de libertades. Creyeron que podían controlar al "outsider", pero este, una vez en el poder, les retiró la alfombra, expropió sus medios y los dejó hablando solos en el desierto que ellos mismos ayudaron a crear.


Sin embargo, el drama actual no es solo responsabilidad del oficialismo, que ha demostrado una capacidad camaleónica para aferrarse al poder utilizando la institucionalidad a su antojo. La tragedia se agrava ante un liderazgo de oposición que, salvo honrosas excepciones, ha oscilado entre el mesianismo delirante y el entreguismo burocrático. La Asamblea Nacional de 2015 es el ejemplo más doloroso de una oportunidad perdida. Con una mayoría calificada histórica, otorgada por más de 7 millones de venezolanos que clamaban cambio, el liderazgo opositor optó por el canibalismo interno. En lugar de legislar para la gente o construir una transición sólida, convirtieron el hemiciclo en una tarima de egos, peleando por un micrófono para ver quién sería el próximo "rey" de un país en ruinas. Al final, esa desconexión y la falta de estrategia unitaria real terminaron oxigenando al régimen, permitiendo que la abstención —promovida a veces por la propia incoherencia opositora— se convirtiera en el nutriente vital del gobierno.

Es aquí donde la crisis de representación toca fondo. Hemos visto a líderes que prometen "salidas" mágicas con fechas fatales, generando expectativas irreales para luego, al fracasar, dar la espalda y culpar al ciudadano frustrado. La ética se ha vuelto líquida. Aquellos que ayer gritaban "acta mata voto" para deslegitimar el sistema anterior, hoy callan o participan en dinámicas donde el voto es una sugerencia y no un mandato, evidenciando que para muchos la política se ha convertido en un modus vivendi y no en un servicio público. Como bien señala el politólogo italiano Antonio Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos". Los monstruos en Venezuela no son solo los opresores, sino también la mediocridad y la falta de valores de quienes dicen combatirlos.


Ante este panorama desolador, donde los partidos políticos lucen desdibujados y ensimismados en sus pactos de supervivencia, surge la pregunta vital: ¿Quién rescata la República? La respuesta no está en un nuevo mesías, sino en la sociedad civil organizada y no partidista. En medio del colapso del Estado, han sido las ONG, las academias, la Iglesia, los gremios profesionales y las asociaciones de vecinos quienes han mantenido el tejido social. Son ellos quienes, alejados de la pugna por cargos, han documentado la crisis, asistido a los vulnerables y defendido los principios democráticos. Como afirmaba Václav Havel, líder de la disidencia checa: "La política no es el arte de lo posible (...) es el arte de lo imposible, es decir, el arte de hacernos mejores a nosotros mismos y al mundo".


El reacomodo institucional de Venezuela requiere, obligatoriamente, que la sociedad civil deje de ser un espectador para convertirse en el árbitro moral de la transición. No para suplantar a los partidos, que son necesarios en democracia, sino para obligarlos a elevar la barra ética. Se necesita una ciudadanía que exija que los rectores del CNE o los magistrados del TSJ no sean cuotas de poder partidista —repartidas en cuartos oscuros como botín de guerra— sino ciudadanos probos, con la autoridad moral que otorga la independencia. La reconstrucción del país no pasa por volver al pasado ni por mantener el presente oprobioso; pasa por entender que el poder reside en el ciudadano y que el liderazgo debe ganarse el respeto con coherencia, no con marketing. Solo cuando los venezolanos dejen de buscar un salvador y asuman su rol de contralores activos, podremos decir que la enfermedad ha sido superada y que el remedio, finalmente, es la libertad con responsabilidad.

Arturo Molina

@jarturomolina1

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