EL AGUIJÓN
LA
TRAMPA DEL PETRÓLEO: VENEZUELA ANTE EL ENGAÑO POLARIZADO
Por: Arturo Molina
La República de Venezuela
transita hoy un momento que trasciende la simple crisis política o económica;
es una encrucijada moral y cívica. La descripción de un país bombardeado por
narrativas vacías, donde la euforia y la nostalgia se usan como armas de distracción,
no es una hipérbole; es la realidad que sofoca el espíritu nacional. La fibra
más íntima de la ciudadanía se encuentra acorralada entre dos fuerzas
polarizadas que, más que buscar una solución, parecen buscar la permanencia en
el debate estéril y en el poder perpetuo.
El liderazgo, en sus diversas
facetas, ha optado por un juego de espejos. En el interior, la manipulación se
erige como estrategia central: la verdad se oculta, se maquilla o se falsea
para mantener a una parte de la población bajo control o expectativa. En el
exterior, el drama se amplifica con voceros que venden quimeras, elevando cada
movimiento geopolítico a la categoría de "Día D", una profecía
autocumplida que solo sirve para inyectar adrenalina vacía en un cuerpo social
extenuado. La consecuencia más trágica de este espectáculo es el silencio sobre
lo esencial: la verdad económica y la dignidad del ciudadano. Mientras
los discursos se enfrentan en la palestra mediática sobre quién es el verdadero
salvador o el peor villano, la realidad de los venezolanos se reduce a un
salario irrisorio. Este es el verdadero termómetro de la crisis: el valor de la vida y el trabajo ha sido devaluado a niveles
insostenibles.
Es hora de nombrar el elefante en la habitación. La cínica danza de la polarización oculta un interés que se suscribe en un simple axioma: el control de la renta petrolera. Tanto el oficialismo como los sectores radicales de la oposición evitan confrontar al país con la cruda verdad: el conflicto no es solo ideológico, es eminentemente geopolítico y extractivista. Las potencias globales—sean estas los Estados Unidos, China, Rusia o actores regionales—no tienen un compromiso moral con el bienestar venezolano; tienen un compromiso estratégico con la seguridad energética y las oportunidades de inversión. Cuando la verdad se susurra, pero no se grita —"ellos quieren nuestro petróleo y apostarán al mejor postor"— se desvela el núcleo del enredo. La sociedad es mantenida en un estado de división permanente (“me ven, pero no me ven”), porque la polarización es el andamio que sostiene la legitimidad y la narrativa de ambos extremos. Quien se atreve a proponer el camino de los acuerdos o la convergencia nacional es inmediatamente satanizado, pues el acuerdo desactivaría la base de su poder: la confrontación. Ante este panorama de engaño sistémico, la única fuerza que puede reajustar el rumbo no reside en el liderazgo actual, sino en la conciencia ciudadana. El ciudadano venezolano tiene la responsabilidad histórica de romper el ciclo de la manipulación.
El primer acto de rebeldía es la negación a ser un espectador pasivo. Es imperativo desarrollar una higiene mental frente a la información. La duda no debe abrazar el alma por ignorancia, sino por un ejercicio consciente de la razón. Todo anuncio de euforia o desastre debe ser cotejado, y toda fuente, examinada. La ciudadanía debe exigir propuestas económicas tangibles, no bravuconerías o promesas mesiánicas. La polarización es una herramienta de control, no un destino. La crítica constructiva es necesaria, pero el linchamiento moral a quienes buscan caminos intermedios y soluciones negociadas es el síntoma de una enfermedad social impuesta. El interés nacional es el acuerdo, no la aniquilación del adversario.
La protesta más contundente y unificadora debe girar en torno a la dignidad salarial. Mientras los ingresos sigan siendo irrisorios, el debate político seguirá siendo una farsa. El foco debe volver al estómago, al bolsillo y al derecho a una vida funcional. La solución no es un subsidio puntual, sino una política económica coherente que respete la productividad y detenga la hiperinflación inducida o negligente. El liderazgo auténtico, unificador e integrador que se anhela, no surgirá del vacío. Solo nacerá cuando una masa crítica de venezolanos decida que el costo de seguir siendo manipulado es mayor que el costo de exigir la verdad. El momento misterioso y enredado de Venezuela no debe ser una excusa para la resignación, sino un potente llamado a la lucidez. La conciencia ciudadana debe ser el piso sólido que el liderazgo no ha podido encontrar, y su mandato debe ser claro: No más juegos de comiquitas. Hablen con la verdad y pongan la dignidad del venezolano por encima del petróleo.
Arturo Molina
@jarturomolina1
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