EL AGUIJÓN
LA DEMOCRACIA ATRAPADA EN SUS PROPIAS REGLAS.
Por: Arturo Molina
¿Puede la democracia ser manipulada desde sus propias reglas? La
pregunta no es retórica, sino una advertencia. Es imperativo asumir una crítica
constructiva ante la desviación de los órganos electorales al servicio de la
exclusión y la desigualdad. Como advirtieron Steven Levitsky y Daniel
Ziblatt en su influyente obra "Cómo mueren las democracias", los golpes de
Estado ya no son la principal amenaza; ahora, los líderes con vocación
autoritaria utilizan las propias instituciones —el árbitro electoral, los tribunales,
las leyes— para asfixiar la competencia democrática desde adentro. América
Latina es un laboratorio vivo de estas repercusiones, con transiciones frágiles
y reformas que a menudo se convierten en armas partidistas. La ingeniería
electoral ha dejado de ser un conjunto técnico de normas para convertirse en el
arte de moldear la representación y condicionar la gobernabilidad. Es, en
esencia, la arquitectura del poder.
Uno de los puntos más vulnerables es el financiamiento
político. La opacidad en el origen y uso de los recursos de campaña no
solo abre grietas para la corrupción, sino que, como señala el politólogo Adam Przeworski, crea una competencia fundamentalmente
desigual. El poder económico distorsiona el debate público, reemplazando la
deliberación programática por una costosa guerra de marketing. Medidas como la
bancarización son apenas parches técnicos si no se aborda el problema ético de
fondo: demostrar que la política no es un mercado en venta y restaurar así la
confianza ciudadana.
El tipo de sistema de representación también tiene
consecuencias profundas. Las fórmulas mayoritarias, proporcionales o mixtas no
son neutras. El célebre politólogo Giovanni Sartori dedicó
gran parte de su obra a analizar cómo estos sistemas pueden incentivar la
fragmentación o, por el contrario, la estabilidad. La elección de un sistema
sobre otro puede, deliberadamente, sobrerrepresentar al partido de gobierno o
atomizar a la oposición hasta hacerla irrelevante. La doble vuelta electoral,
especialmente en sistemas presidenciales, puede fortalecer la legitimidad de
origen y fomentar consensos, pero su potencial solo se realiza en un campo de
juego nivelado, no en uno previamente inclinado.
El pilar que sostiene todo el edificio es la autonomía del ente electoral. Cuando el árbitro de la
contienda es percibido como un jugador más, la credibilidad del proceso se
desploma. Sin un guardián imparcial, las elecciones dejan de ser esa
"incertidumbre institucionalizada" —la esencia de la democracia según
Przeworski— para convertirse en un ritual predecible cuyo resultado se conoce
de antemano. Blindar esta institución contra injerencias, garantizar su
independencia presupuestaria y establecer criterios técnicos para la selección
de sus miembros son pasos esenciales para restaurar la fe en los resultados.
Reformar el sistema electoral no es aplicar recetas universales.
Es una labor de alta ingeniería política que exige un diagnóstico preciso y un
consenso amplio que involucre a la sociedad civil, la academia y actores
políticos deslastrados de intereses particulares. Se necesita construir un
sistema electoral sólido, inmodificable por gobernantes caprichosos, que
encarne la voluntad popular. De lo contrario, la democracia seguirá siendo lo
que es en demasiados lugares: la escalera perfectamente legal que usan los
autoritarios para llegar al poder y, una vez allí, retirarla para que nadie más
pueda subir.
Arturo
Molina
@jarturomolina1
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