1-MÁS ALLÁ DE LA PROPAGANDA Y LAS SANCIONES

 

EL AGUIJÓN

MÁS ALLA DE LA PROPAGANDA Y LAS SANCIONES

Primera parte: el diagnóstico de una crisis multifactorial

Por: Arturo Molina

La tensa situación que enfrenta Venezuela —con la inminencia de un conflicto militar, una profunda crisis interna y una parálisis política— no es un fenómeno aislado. Se enmarca en lo que politólogos como Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han denominado el "deterioro democrático", un proceso sutil en el que las instituciones se erosionan desde dentro. Sin embargo, en el caso venezolano, este deterioro ha escalado a una crisis existencial que amenaza con trascender sus fronteras. No se trata solo del colapso de un sistema político, sino de la posible desintegración social, una dinámica que otros autores, como Moisés Naím, han descrito como la anatomía del poder que se ejerce al margen de la ley.

La presencia de flotas navales estadounidenses en aguas cercanas a Venezuela y las acusaciones de "narcoterrorismo" contra el gobierno de Caracas —sin que se presenten pruebas formales en instancias internacionales— son un síntoma de una diplomacia de confrontación que prioriza la fuerza sobre el derecho. Este tipo de acciones son cuestionadas por expertos en relaciones internacionales, quienes, como Fareed Zakaria, argumentan que la "democratización del poder" global exige un enfoque multilateral y no unilateral. En este contexto, la amenaza militar no solo viola la soberanía nacional, sino que también debilita la confianza en el sistema internacional de justicia y seguridad colectiva. Se evidencia una guerra de la información donde las acusaciones, como ha señalado el filósofo Noam Chomsky, se convierten en un fin en sí mismas, preparando a la opinión pública para escenarios más drásticos al deshumanizar al adversario.

A nivel interno, el país sufre una crisis humanitaria de proporciones monumentales, resultado de la debacle económica y social. La extrema polarización y el fanatismo han sofocado el debate constructivo, convirtiendo a la sociedad en un campo de batalla donde el disenso es castigado. La lógica de "si no estás conmigo, estás con el enemigo" ha convertido al diálogo en una utopía. Las dudas sobre los procesos electorales y la fragmentación de la oposición, que ha llamado a la abstención en momentos clave, han perpetuado un ciclo de inmovilismo político que solo beneficia a quienes se aferran al poder. La ineficacia de la protesta y el voto para generar un cambio ha creado un profundo sentimiento de desesperanza, un fenómeno estudiado por el sociólogo Richard Sennett, que describe cómo la pérdida de confianza en las instituciones políticas puede llevar a la apatía y la resignación ciudadana.

Además, la arbitrariedad del poder se ha manifestado en la represión selectiva de la disidencia. La detención de ciudadanos por expresar opiniones críticas en redes sociales o en artículos de opinión, y los allanamientos a viviendas sin orden judicial, demuestran el uso del sistema legal como una herramienta de persecución política. Esta criminalización del pensamiento disidente no solo viola derechos fundamentales como la libertad de expresión, sino que, como advierte Hannah Arendt en su análisis sobre los orígenes del totalitarismo, es una característica de regímenes que buscan controlar no solo las acciones, sino también las mentes de los individuos. Al generar un ambiente de miedo e incertidumbre, el gobierno busca silenciar cualquier voz crítica y consolidar su control absoluto, lo que agrava aún más la fractura social y política.

Un elemento fundamental en esta ecuación es el impacto de las sanciones económicas. Si bien se presentan como una herramienta para presionar al gobierno, en la práctica, su mayor peso recae sobre la población civil. Teóricos de la geopolítica, como Dani Rodrik, han documentado cómo las sanciones rara vez logran un cambio de régimen, pero casi siempre empeoran la calidad de vida de los ciudadanos comunes. En Venezuela, las sanciones han exacerbado la crisis económica, restringiendo el acceso a alimentos, medicinas y bienes básicos, lo que ha provocado una migración masiva sin precedentes en la historia reciente de América Latina. Esta crisis humanitaria, con más de 7 millones de venezolanos desplazados, es un recordatorio de que las decisiones políticas unilaterales tienen consecuencias devastadoras para los más vulnerables.

La soberanía nacional, por su parte, ha sido vulnerada por la presencia de grupos armados irregulares en las zonas fronterizas, un problema que la analista Ana Belén Hernández ha identificado como una de las principales amenazas a la seguridad regional. La incapacidad del Estado para ejercer un control efectivo sobre su territorio no solo legitima la intervención de terceros, sino que también pone en riesgo la vida de miles de venezolanos que viven en esas áreas. Esta situación ha llevado a que algunos analistas de seguridad, como Robert I. Rotberg, clasifiquen al Estado venezolano como un "Estado frágil" o incluso un "Estado fallido" en algunas regiones.

Arturo Molina

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