EL AGUIJÓN
MÁS ALLÁ DE LA PROPAGANDA Y
LAS SANCIONES.
Segunda
parte: Hacia la reconciliación y el respeto a la soberanía.
Por:
Arturo Molina
Tras
analizar en la primera entrega cómo la propaganda y las sanciones han agudizado
el conflicto, nos enfocamos ahora en las vías para superarlo. El actual
conflicto venezolano, en sus dimensiones tanto internas como externas, mantiene
a la población en una expectativa tensa y dolorosa. Para salir de este embudo
de confrontación estéril, es imperativo que los actores abandonen el
radicalismo y abracen un enfoque constructivo. Este camino debe cimentarse en
el diálogo genuino y el respeto irrestricto al derecho internacional y a la
libre determinación de los pueblos.
La
vía viable, como señalan teóricos de la resolución de conflictos como William
Ury, pasa por la negociación sin precondiciones, un enfoque que permite a las
partes sentarse a la mesa sin perder legitimidad ante sus bases. Desde esta
perspectiva, tanto el gobierno como las diversas oposiciones deben
comprometerse a un diálogo serio, facilitado por actores de probada neutralidad
como Noruega o la Santa Sede. El objetivo debe ser una hoja de ruta clara que
incluya un calendario electoral transparente, con garantías como la
actualización del registro electoral y la invitación a misiones de observación
de la Unión Europea y la ONU; la liberación de todos los presos por motivos
políticos; y la implementación de medidas económicas de emergencia, como un
plan de estabilización que frene la hiperinflación. La experiencia ha
demostrado que el enfrentamiento continuo solo ha conducido a un fracaso
rotundo, del que son corresponsables tanto las estrategias de imposición del
gobierno como los llamados a la abstención y las aventuras insurreccionales de
los sectores más radicales de la oposición. Las guerras se tiñen de sangre, y
son los inocentes, y no sus promotores, quienes las padecen.
Para
que un gobierno pueda consolidar la paz y dar piso sólido a la gobernabilidad,
sus sectores más pragmáticos deben imponerse sobre las facciones que se
benefician de la confrontación permanente. Es fundamental que el Estado asuma
con hidalguía sus errores, comenzando por detener la persecución a la
disidencia. La restauración del respeto a la libertad de expresión es crucial,
acompañada de la garantía de un sistema judicial verdaderamente independiente,
no instrumentalizado como herramienta de retaliación política. La genuina
reconciliación nacional no puede gestarse mientras una parte de la sociedad es
sistemáticamente silenciada. Gobernar bajo estas premisas solo alimenta el
abuso, un escenario al que apuestan los bandos radicales, pero al que debe imponerse
la sensatez.
En
el ámbito externo, la dividida comunidad internacional tiene un rol crucial. En
lugar de profundizar el conflicto con intereses geopolíticos contrapuestos,
potencias como Estados Unidos, la Unión Europea y los aliados del gobierno
venezolano, deben ejercer una presión diplomática coordinada para impulsar una
solución pacífica. Las serias acusaciones deben ser dirimidas en los tribunales
internacionales competentes, bajo el rigor del derecho, y no a través de la
retórica belicista o la amenaza militar. Es vital que organismos multilaterales
como la ONU asuman un papel mucho más activo para desactivar cualquier
escalada, cuyas consecuencias serían catastróficas para la región.
La
reconstrucción del tejido social es una tarea de largo aliento que debe
comenzar de inmediato. Para superar la profunda polarización, es esencial
promover espacios de encuentro. La sociedad civil organizada, las universidades
y los medios de comunicación independientes deben ser los motores de un debate
constructivo, a través de acciones concretas como la creación de comisiones de
la verdad a nivel local para sanar heridas, o el impulso a proyectos
comunitarios que unan a ciudadanos de distintas ideologías en torno a un
objetivo común, como la recuperación de un espacio público. Solo mediante el
diálogo respetuoso y la valoración de las diferencias será posible reconstruir
la confianza social.
Es
crucial que el Estado venezolano recupere y ejerza un control efectivo sobre la
totalidad de su territorio. La presencia de grupos armados irregulares en las
zonas fronterizas no solo representa una amenaza directa a la seguridad
nacional, como ha señalado la analista Ana Belén Hernández, sino que también
socava la soberanía. La cooperación internacional es necesaria para enfrentar
estas amenazas, pero siempre en el estricto marco del respeto a la soberanía
venezolana, para garantizar la seguridad fronteriza sin abusos.
La
crisis venezolana es un doloroso espejo de los peligros de la polarización
extrema y el recurso a la fuerza. La única salida sostenible es el camino del
diálogo, la reconciliación y el respeto a la soberanía. El futuro de Venezuela
dependerá de la capacidad de sus líderes y de la sociedad para trascender las
divisiones y construir un camino de paz duradera y prosperidad. Es hora de
recordar la profunda verdad del poeta Andrés Eloy Blanco: "La patria no es
el suelo; es el hombre que lo habita". Recuperar esa esencia humana es el
único camino hacia una paz con dignidad.
Arturo
Molina
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