EL AGUIJÓN
INTERCAMBIO CON AROMA A CRUDO.
Por: Arturo Molina
En la
semana reciente, Venezuela ha vuelto a ocupar un lugar destacado en la agenda
internacional. La reactivación parcial de operaciones de Chevron en el país,
junto al canje de detenidos entre el gobierno venezolano y Estados Unidos, ha
generado una ola de reacciones tan diversas como legítimas: alivio para
algunos, preocupación para otros, y muchas interrogantes para casi todos.
Desde lo
humanitario, la liberación de ciudadanos venezolanos detenidos —incluyendo
activistas, dirigentes políticos y personas vinculadas a procesos judiciales
con marcado contenido político— representa una noticia que merece ser celebrada
con cautela, pero con esperanza. El reencuentro de estas personas con sus
familias es, sin duda, un hecho positivo en medio de una realidad social
compleja. La libertad nunca debería ser rehén de ninguna coyuntura. Es significativo
señalar que en este intercambio también fueron liberados individuos cuya
trayectoria genera controversia, incluyendo a personas con antecedentes penales
graves, lo que ha despertado inquietudes en algunos sectores internacionales
sobre los criterios utilizados. Este tipo de decisiones exige una profunda
reflexión sobre el equilibrio entre la justicia, la diplomacia y el respeto a
las víctimas.
La
autorización a Chevron para retomar operaciones en Venezuela ha sido
interpretada como un movimiento estratégico con implicaciones económicas de
gran alcance. La posibilidad de reactivar una porción de la industria petrolera
nacional, con inversión extranjera y transferencia de tecnología, abre un
compás de expectativas en sectores que aspiran a la recuperación económica y al
fortalecimiento de empleos técnicos y especializados. La pregunta de fondo
sigue en pie: ¿Esta apertura traerá beneficios reales y sostenibles para el
país o será apenas una válvula de escape temporal sin impacto estructural? Para
que estas alianzas sean verdaderamente útiles, deben estar acompañadas de transparencia,
reglas claras y mecanismos que aseguren que la renta generada contribuya al
desarrollo social y no quede atrapada en circuitos cerrados.
La
coyuntura presente exige cierto nivel de equilibrio. Ni el rechazo absoluto a
todo lo que provenga del diálogo ni la aceptación incondicional de lo que se
logre bajo presión externa construyen soluciones duraderas. Venezuela requiere
acuerdos amplios, con participación plural, y decisiones que pongan en el
centro a la gente, no solo a los actores de poder, porque lo que está en juego
es el modelo de país que queremos. Uno donde la libertad no dependa del
contexto político, donde el trabajo vuelva a ser fuente de progreso y dignidad,
y donde los recursos naturales sean gestionados con visión soberana y
responsabilidad social. Actuar con sensatez para construir puentes en lugar de
muros, y promover una cultura política donde el pragmatismo no sustituya los
principios, pero tampoco los sacrifique por intransigencias estériles, es la vía
del entendimiento y reconocimiento esperado por la mayoría de los ciudadanos
venezolanos. Apostar a la inclusión sin complejos, al igual que se debe aceptar
que lo sucedido fue simplemente un intercambio con aroma a crudo.
Arturo Molina
@jarturomolina1
www.trincheratachirense.blogspot.com
jarturomolina@gmail.com
