EL AGUIJÓN
CUANDO EL ALMA SE ROMPE EN SILENCIO.
Por: Arturo Molina
En
Venezuela, uno de cada tres adolescentes presenta síntomas de ansiedad o
depresión, según estimaciones de organizaciones no gubernamentales como el
Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) y la Fundación Venezolana de Salud
Mental (Fundametal). Sin embargo, esta otra pandemia —la emocional— sigue sin
reconocerse, sin atenderse, y lo que es peor: sigue siendo normalizada.
Ejemplos
sobran, pero pudiéramos crear uno: Pedro (nombre ficticio) tenía 12 años. En su
cuaderno había más dibujos tristes que tareas escolares. Nadie notó sus
silencios ni sus cambios de humor. No hubo psicólogo en su escuela, ni tiempo
en casa para preguntarle qué le pasaba. Un día decidió saltar desde un
edificio. La familia, desde entonces, solo repite la misma pregunta: “¿por qué
no lo vimos venir?”, y lo que les queda es el lamento. Hemos aprendido a
sobrevivir al hambre, a los apagones, a la inflación. Pero no lo hemos hecho
para aprender a cuidar nuestra salud mental. En un país donde comer una vez al
día se volvió cotidiano, también se volvió cotidiano ver a un niño en crisis
emocional sin que nadie intervenga. Aquí, llorar es exagerar, la tristeza es
flojera, y la ansiedad es “cosa de débiles”. Así crecen nuestros niños y
adolescentes: con miedo, frustración, rabia contenida… y sin nadie que los
escuche y atienda.
No es solo
que falten psicólogos en las escuelas o programas de atención emocional en
hospitales. El verdadero problema es que no estamos prestando atención a las
señales emitidas, y cuando finalmente lo hacemos, suele ser demasiado tarde. El
dolor emocional se esconde, se calla… hasta que estalla en forma de violencia,
adicciones, aislamiento o incluso suicidio. Muchos adultos están igual o peor.
Padres desbordados, madres agotadas, jóvenes que no ven futuro. Y en lugar de
acompañarnos, nos herimos unos a otros sin saber que todos estamos rotos de
alguna manera. Las familias, en vez de ser refugio, a veces se convierten en
trincheras donde lo que se dispara es culpa, reproche o indiferencia.
Las
tragedias emocionales no se resuelven con lamentos tardíos ni buscando
culpables externos. Se previenen con amor, con escuchar y con
políticas públicas claras y humanas. La salud mental debe dejar de ser un lujo
o un tabú. Debe ser una prioridad. Es necesario, urgente, hablar de esto. Apremia
que el Estado asuma su responsabilidad y que existan servicios de apoyo
psicológico accesibles en comunidades, escuelas, centros de salud. Pero también
se requiere de un cambio cultural: entender que pedir ayuda no es debilidad,
sino valentía. Que escuchar es tan importante como alimentar. Que prevenir
salva más que lamentar, porque cuando el alma se rompe en silencio, muchas
veces, ya es demasiado tarde.
Arturo Molina
@jarturomolina1
www.trincheratachirense.blogspot.com
jarturomolina@gmail.com
