EL AGUIJÓN
EL
AMO DEL VALLE
POR: ARTURO MOLINA
Erase una vez una persona
que formada bajo el manto del lloriqueo, todo lo lograba. La costumbre la heredó
desde su niñez, y al ir creciendo le gustó la guachafita, y se quedó con el
placer de llorar para ser atendido. Ah, pero de no recibir esa indispensable
atención, armaba el pleito. Las carreras aparecían, y con ello el sobresalto,
para frenar rápido el llanto de la furia herida. Asumió la política para
alcanzar escaños en la vida pública, y desde allí, hacer del atropello, su
proyecto de vida.
La rabieta le daba fuerza
para pisotear la dignidad de las personas. Rebuscaba entre las piedras para
obtener algo que le permitiera vengar la desatención recibida. A humildes
personas las mal ponía, y teniendo alguna decisión política en sus manos, la
defenestraba, hasta desaparecerlo. Se rodeó de quienes hicieran lo que
demandaba sin titubeo. Apretaba el paso para liquidar al contrario, sin
importarle el daño que hacía. El ego irradiaba en cada mirada, con la vanidad
que ello traía. Acostumbrado a alzar el teléfono, y emitir la orden del
lloriqueo, al recibir repuesta contraria se ofendía, y gritaba cuanta
vulgaridad le salía.
El espacio local en el que
residía lo convirtió en tormento para los demás ciudadanos. Decidía sobre
ayudas gubernamentales, y a quiénes llegarían. Tiempos difíciles de sobrevivir,
y no eran de pandemia. Era un ser humano con ínfula de superioridad. Su
desvarío le instaba al atropello permanente. Consultaba a sus brujos, quienes
entendiendo lo que tenían al frente, le utilizaban. Las recomendaciones eran
para lanzarlo al abismo de la ridiculez, y reírse a pulmón limpio de sus
andanzas. Conspiradores de oficio, y perezosos en el trabajo, lo abordaban para
la siembra de la cizaña. Así el personaje creyó reinar en amplio paraje, y
quienes le hacían pleitesía, a su espalda, se burlaban de sus fechorías.
Con el tiempo las cosas
fueron cambiando. Apareció la respuesta callada ante el atropello. Las personas
comenzaron a reaccionar y dejaron sus quejas. Entre la miseria impuesta por el
gobernante nacional del momento, y la pretensión humillante del personaje del
cuento, prefirieron alzar su voz y solicitar el cambio de modelo. Cada cosa
tiene su tiempo. Equivocarse es de humanos, y de sabios, rectificar. El amo del
valle se ocupó de lo menos, y dejó pasar su momento.
Arturo Molina
@jarturomolina1
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