EL PREJUICIO NO ES JUSTICIA

 

EL AGUIJÓN

EL PREJUICIO NO ES JUSTICIA.

Por: Arturo Molina

Es triste leer y escuchar las noticias que vienen desde el exterior con respecto al trato que se les está dando a los ciudadanos venezolanos, y en el caso que nos ocupa, el que les da directamente el gobierno de los Estados Unidos, al recrudecer las políticas migratorias. No solo se ha incrementado la presión sobre quienes buscan entrar legalmente portando la visa correspondiente, sino que se ha comenzado a implementar mecanismos de deportación y hostigamiento contra quienes ya se encuentran residenciados allí, con años de vida construida en ese territorio, y con atropellos a los migrantes de los últimos años.

Se entiende que un país tiene derecho y deber de proteger su soberanía, su seguridad interna y la estabilidad de su población y que hay casos lamentables de ciudadanos venezolanos que han cometido actos indebidos o incluso delictivos en suelo estadounidense. Los mismos deben ser investigados y sancionados según las leyes. Pero generalizar y atropellar a todos con ese pretexto es algo que no se puede aceptar, porque ese es un acto de injusticia y de discriminación. La mayoría de los venezolanos que han migrado a ese país, al igual que a tantos otros, lo hacen movidos por una necesidad desesperada: escapar del colapso económico, de la inseguridad, de la falta de oportunidades y de servicios esenciales que ya no existen en suelo venezolano. Son hombres y mujeres que buscan trabajar, vivir con dignidad y ofrecer un futuro mejor a sus núcleos familiares.

Lo más agudo de ese embate de medidas no es solo su impacto legal, sino el peso moral que conlleva. Se está sembrando la idea de que los venezolanos somos una amenaza, una carga, una plaga, y eso es profundamente injusto, porque si algo ha caracterizado al venezolano es su capacidad de adaptarse, su calidez humana, su ética de trabajo, su deseo de aportar dondequiera que vaya. Es oportuno recordar que, en otros tiempos, Venezuela abrió los brazos a miles de ciudadanos de diversas nacionalidades —americanos, europeos, latinoamericanos— sin preguntar de qué país venían, sin condiciones, sin prejuicios. Se hizo con respeto, y muchos acogieron esta tierra como su hogar. ¿Acaso no merecemos el mismo trato ante la crisis que se padece internamente?

Sí, es verdad, hay desadaptados entre nosotros. Pero no representan el alma de este pueblo. No somos delincuentes. No somos invasores. No somos una amenaza. El gobierno de Estados Unidos, una nación forjada por migrantes, debe recordar su historia y, más allá de las decisiones políticas, debe abrazar el sentido de humanidad. La xenofobia nunca ha sido buen camino. El odio nunca ha construido nada. Ningún país se engrandece pisoteando a los vulnerables. Es necesario levantar la voz, no con rabia, sino con firmeza y dignidad. Llamamos al respeto, a la cordura, al entendimiento. A que se nos mire no como una estadística incómoda, sino como hermanos en la misma lucha por la vida, porque somos un pueblo que resiste, camina y sueña con mejorar la calidad de vida. Un pueblo que exige respeto y reconocimiento.

Arturo Molina

@jarturomolina1

www.trincheratachirense.blogspot.com

jarturomolina@gmail.com


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