¿QUIÉN GANÓ? ¿QUIÉN PERDIÓ?

 

EL AGUIJÓN

¿QUIÉN GANÓ? ¿QUIÉN PERDIÓ?

Por: Arturo Molina

En la Venezuela de hoy, hablar de elecciones es más que contar votos o medirse en simpatías populares. Implica comprender la naturaleza del sistema político en el que se desarrollan estos procesos: un régimen de autoritarismo hegemónico competitivo, así preciso al que se encuentra establecido en el país por sus actuaciones. Un sistema que permite ciertas libertades formales, pero que administra discrecionalmente el acceso a ellas como herramienta de control social. Unos actores gozan de ventajas desproporcionadas, otros apenas sobreviven en el margen de la legalidad impuesta. En ese terreno desigual, el miedo, la coacción y la desesperanza son moneda común.

Al revisar la ciencia política y entrar en el análisis estratégico, observo que el voto sigue siendo una herramienta de presión en sistemas autoritarios con fachada democrática donde la participación electoral adquiere un doble valor: evidencia el rechazo social al poder establecido y deja registro de una mayoría inconforme. La abstención, por el contrario, en este contexto no representa vacío de legitimidad, sino un regalo para quien controla el sistema, pues no necesita reprimir el voto que no se emite, ni explicar una victoria sin adversarios. Venezuela ha transitado ya por varios episodios de abstención como estrategia política. ¿El resultado? Mayor concentración del poder, cierre institucional y reducción progresiva del espacio cívico. Abstenerse ha sido, en los hechos, funcional al gobierno, aunque haya sido promovido con la mejor de las intenciones: no convalidar un sistema viciado. Pero en la práctica, no votar no ha debilitado al régimen; lo ha reforzado.

La pregunta que me viene en este momento es: ¿cuál es la vía? Desde la teoría política, existen tres principales formas de presión para producir transiciones en regímenes autoritarios: la presión interna mediante la organización ciudadana, la presión externa desde organismos y gobiernos democráticos, y la presión institucional a través de las grietas legales y electorales del propio sistema. Esta última es la más difícil, pero también la más sostenible cuando la sociedad no está dispuesta a pagar el costo de una ruptura violenta, y aquí entra el valor de la negociación política. No como claudicación, sino como herramienta pragmática para alcanzar lo posible. Las transiciones exitosas en muchos países han surgido de acuerdos ganar-ganar, donde ambas partes ceden algo para obtener algo. Desde Sudáfrica hasta España, del Chile post-Pinochet al Colombia post-Uribe, el quiebre del poder se logra muchas veces más por la vía de la negociación que por la de la confrontación estéril. Sobre esos escenarios se ha hablado mucho, pero se ha impuesto el sectarismo político.

Desde esa perspectiva, los procesos electorales no deben verse como fines en sí mismos, sino como los momentos claves en una estrategia más amplia de acumulación de fuerzas, visibilización de liderazgos y construcción de gobernabilidad futura. El voto es una herramienta de lucha, y el cargo que se obtiene —cuando se obtiene— es una trinchera desde la cual se puede ejercer presión política institucional. Allí hay que destacar que no todo el que participa legitima al régimen, ni todo el que se abstiene es traidor a la causa democrática. El verdadero dilema no es moral, es estratégico. Lo que debe guiarnos no es la pureza de la postura, sino su eficacia. Si vamos a enfrentar un sistema hegemónico, no lo haremos mejor divididos ni deslegitimándonos entre nosotros. La pluralidad de tácticas debe entenderse como riqueza, no como traición.

Es necesario tener presente que los gobernantes electos el 25 de mayo de 2025 estarán en funciones desde enero de 2026 hasta el año 2030. Ejercerán poder, administrarán recursos, tomarán decisiones que incidirán en la vida de todos. El tiempo se encargará de juzgar esos momentos, sin resignarnos, caer en provocaciones o fanatismos descontextualizados. La verdadera reflexión política hoy no es sólo quién se presentó o quién se abstuvo. La pregunta clave es: en enero de 2026, ¿quién habrá ganado de verdad? ¿Y quién habrá perdido? La matriz de opinión generada en torno de que todo estaba arreglado, ¿qué propósito perseguía? ¿Se manipuló a los electores?

Que cada ciudadano se lo pregunte con serenidad, sin consignas, sin gritos, sin miedo. Con conciencia de que la historia no la escribe quien más se radicaliza, sino quien mejor entiende el momento que le toca vivir y actuar. Me siento en paz conmigo mismo, pero no dejo de pensar en la oportunidad que dejamos pasar. Tendremos otras elecciones, las municipales. Ya veremos la reacción de los electores.

Arturo Molina

@jarturomolina1

www.trincheratachirense.blogspot.com

jarturomolina@gmail.com

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