EL AGUIJÓN
ENTRE LA LEALTAD INCONDICIONAL Y EL PRINCIPIO DE LA
GUERRA
Por: Arturo Molina
La tensión en el Medio Oriente se torna angustiante y nos obliga a levantar la vista y reflexionar. La confrontación entre Israel e Irán podría arrastrar al mundo entero a un abismo. La incursión del gobierno de los Estados Unidos en este complejo tablero de ajedrez ha hecho sonar todas las alarmas, con voces advirtiendo sobre el fantasma de una Tercera Guerra Mundial. Y para nosotros, aquí en Venezuela, esta situación no es un simple titular lejano; la profunda relación de nuestro gobierno con Irán, Rusia y China nos coloca en una posición única y, a veces, incómoda, frente a una crisis de tal magnitud.
El conflicto entre Israel e Irán tiene raíces profundas, entrelazadas con la historia, la ideología y la geopolítica. Antes de 1979, el Sha Mohammad Reza Pahlavi mantenía lazos diplomáticos y comerciales con Israel; incluso le vendía petróleo. Todo cambió, de forma radical e irreversible, con la Revolución Islámica de 1979. La llegada del Ayatolá Jomeini al poder y el nacimiento de la República Islámica de Irán transformaron su política exterior en un abrir y cerrar de ojos. Jomeini calificó a Israel como un "enemigo del islam" y un "cáncer", cortando sin miramientos los puentes construidos. Desde entonces, Irán ha perseguido incansablemente la desaparición del Estado de Israel y ha tejido su "eje de resistencia" apoyando a grupos como Hezbolá, Hamás y la Yihad Islámica.
La preocupación de Israel por el programa nuclear iraní —y no es para echar de menos— se ha convertido en una obsesión desde principios de los años 2000. Ven cada gramo de uranio enriquecido como una amenaza directa a su existencia. Israel, un país que se presume posee armas nucleares, aunque nunca lo admita, ha librado una guerra en la sombra con Irán, recurriendo a operaciones encubiertas y ciberataques. ¿Recuerdan el virus Stuxnet? Ahora esa guerra ha salido a cielo abierto. El reciente ataque israelí al consulado iraní en Damasco y la posterior respuesta directa de Irán con drones y misiles contra territorio israelí son eventos que rompen esquemas. No es solo un intercambio de golpes; es un punto de no retorno que nos corta a todos la respiración.
Estados Unidos e Israel mantienen una relación desde la segunda mitad del siglo XX, consolidándose con la llamada Guerra de los Seis Días en 1967. Tras esa victoria, Israel se convirtió en el socio estratégico por excelencia de Washington, y a su vez en una pieza clave para contener la influencia soviética en Medio Oriente, siendo incluso un aliado vital fuera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Con Irán, la historia es seria. Después de la intervención de la CIA y el MI6 para reinstaurar al Sha en 1953, y la posterior Revolución Islámica de 1979 que lo derrocó, las relaciones entre Teherán y Washington se desplomaron. El incidente de la toma de rehenes en la embajada estadounidense marcó un antes y un después. Desde entonces, una profunda enemistad los ha separado, con EE. UU. imponiendo durísimas sanciones a Irán y etiquetándolo como parte del "eje del mal" en la era Bush.
Hoy, la película de la guerra a
cielo abierto enfrenta un duro reto para el actual gobierno de los EEUU. Su
compromiso con la seguridad de Israel es una verdad innegociable, pero una
intervención directa en este conflicto podría desatar un
infierno regional incontrolable, con ramificaciones que nadie puede prever. Las
advertencias sobre una guerra mundial no pueden verse como discursos vacíos; en
esta región, donde las alianzas y rivalidades de las potencias se
entrelazan con tanta fuerza, son una posibilidad muy real.
La postura de Rusia y China en este conflicto se entiende mejor si la vemos como parte de su objetivo: desafiar la hegemonía de Estados Unidos y construir, según dicen, un orden mundial multipolar. Rusia ha sido un jugador crucial en Medio Oriente desde la Guerra Fría. Tras un período de menor influencia post-Unión Soviética, ha regresado con una fuerza asombrosa, especialmente gracias a su intervención en Siria, donde apoyó a Bashar al-Ásad, un aliado de Irán. Moscú y Teherán tienen una relación compleja, diría pragmática; cooperan en algunos puntos (energía, defensa), pero también compiten por influencia. Rusia ve la escalada en Medio Oriente como una oportunidad para erosionar la posición de EE. UU. y la OTAN, pero al mismo tiempo, su juego le dice que debe evitar un conflicto que pueda salirse de control y afectar sus propios intereses. China, por su parte, ha extendido sus brazos económicos y diplomáticos en la región en las últimas décadas. Su objetivo es claro: asegurar fuentes de energía y expandir su ambiciosa “Iniciativa de la Franja y la Ruta”. Si bien Pekín suele defender la no injerencia, su enorme dependencia del petróleo de Medio Oriente la hace extremadamente vulnerable a cualquier inestabilidad. Al igual que Rusia, ve con recelo la injerencia de EE. UU., pero su interés primordial es la estabilidad para sus flujos comerciales. Sin embargo, su sólida alianza estratégica con Rusia y su postura crítica hacia Washington la colocan, inevitablemente, en el otro lado del tablero.
Para Venezuela, esta situación
adquiere una dimensión para ser evaluada. La relación con Irán se ha cimentado desde la llegada al poder del finado
presidente Hugo Chávez. Ambos países, a menudo bajo el ojo escrutador de EE.
UU. y castigados por sanciones, han encontrado en el otro un aliado estratégico
invaluable. Cooperación en energía, ciencia, comercio, defensa… Se han firmado
cientos de acuerdos, desde proyectos petroquímicos hasta automotrices, e
incluso exploraciones conjuntas en la Faja Petrolífera del Orinoco. Esta
profunda relación de "resistencia" a la hegemonía occidental nos
sitúa en un lugar delicado si el conflicto entre Israel e Irán se desboca. La
solidaridad, en este caso, podría tener un precio económico y político que no
podemos ignorar.
Las alianzas con Rusia y China también son de larga data en los sectores energético y militar. Rusia ha sido un proveedor clave de armamento, mientras que China se ha convertido en un socio comercial y financiero fundamental. En un escenario de conflicto global, nuestra posición, aunque geográficamente lejos del epicentro, podría verse comprometida por las “lealtades”. El gobierno venezolano se enfrentaría a la difícil tarea de equilibrar el apoyo a sus aliados con el mantenimiento de la paz y la estabilidad en nuestra propia región, América Latina, que sin duda sentiría las ondas expansivas de una guerra mundial. El planteamiento de la guerra es la sombra de un desastre económico mundial. El camino es incierto porque están de por medio la polarización, la desconfianza y la intransigencia histórica. Se vislumbra duro el panorama para la comunidad internacional.
Arturo Molina
@jarturomolina1
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